Miguel de Unamuno

Teresa: 1

Yo, sin saber por dónde,
junto a la reja estaba
y al oído te hablaba
de nuestro eterno amor;
y tú, toda confusa,
envuelta en tu recato
ibas matando el rato
mirando en derredor.
 
Eran largos los días,
eran cortas las noches,
dolidos mis reproches,
¡y tú fuera de mí!. . .
Sentí hundírseme el lecho
del corazón, por frío,
y al probar su vacío
de los hierros me así.
 
Y me viste acabado,
como un agonizante,
suplicarte, anhelante,
una gota de fe.
Y me acosté a la muerte
en qué sueño, Teresa;
si duermo en cama o huesa
ya, Teresa, no sé.
 
Y de tus labios blancos
voló triste sonrisa
que se llevó la brisa
de aquel día mortal.
¿Después? Después he visto
que también tú morías,
que eran dos agonías
que unió sino fatal.
 
Ya, Teresa, me espera
para la eterna cita,
hecho tierra bendita,
tu pobre corazón.
¡Qué pesadilla triste!
Nacer... querernos... luego
del Purgatorio el fuego
y muerte a des-sazón.

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