Miguel Arteche

Canción del río indiferente

Cuando las soledades metálicas de las ruedas hicieron
vibrar tu cabeza rasgada por estrellas
—rápido, señorial, antiguo,
inmutable, prisionero por las islas de arena—,
reposaste fluyendo, en la noche, en la muerte.
 
Cuando la punta yerta de la flecha se hundió en tierra,
y el cuerpo sigiloso del conquistador, vencido, cayó en tierra
haciéndose igualmente hueso: tú entrabas en el mar,
te detenías huyendo, en la noche, en la muerte.
 
Cuando todo sea olvidado (porque todo será olvidado);
cuando no recordemos quiénes fuimos bajo ese árbol que ha de ser
una mesa,
y cuando la mesa se transforme en el fuego,
y cuando todo se restituya en ti —¡oh madre tierra!—, en tu terrón
amargo:
tú fluirás cantando, seguramente cantando
en la noche, en la muerte.
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