Miguel Peñafiel

EL LAMENTO ETERNO

Poesía

 
En la sombra de la noche callada,
se erige la tumba, sombría y fría,
y el cuervo, sobre ella, se queda, parada,
como un eco que nunca se olvida.
 
La mujer, en su llanto, lo ve sin cesar,
con los ojos hundidos en un mar de dolor,
“¡Déjame en paz!”, grita al azar,
pero su alma se hunde, más sin clamor.
 
“¿Por qué persistes, oscura figura,
y no dejas mi alma en su tormento?”,
el cuervo responde con risa impura,
“Tu pena es mi canto, y mi lamento”.
 
En la tumba se oyen susurros graves,
el cuervo se posa, su mirada de fuego,
“Déjame ir”, suplica, con manos suaves,
pero el cuervo ríe, retorciendo su ruego.
 
“Mi vuelo no cesa, ni mi sombra se va,
pues tu alma me pertenece, por siempre y más”,
el cuervo canta, y el viento no cesa de callar,
en la neblina del tiempo, su eco será.
 
La mujer arrodillada, con lágrimas secas,
yacen sus sueños en tierra maldita,
“¡Oh cuervo, déjame!”, clama en las entrañas
de un alma que ya no se agita.
 
“Tu lamento me arrastra, como viento cruel,
y mi presencia no se irá”, respondió sin mirar,
“Tu llanto es mi canto, mi alma fiel,
y el destino que te aguarda, no sabrás jamás”.
 
La luna oculta su rostro en el cielo vacío,
y el cuervo danza sobre el mármol helado,
mientras la mujer pierde el aliento frío,
en su última plegaria, ya agotado.
 
“Ya nada importa, ya nada temes”,
susurra el cuervo, al oído herido,
“El tiempo ha caído, y el alma miente,
te habrás perdido, y habrás ido”.
 
La tumba ya no tiene más que olvido,
el cuervo sigue su vuelo sin fin,
y la mujer, en su llanto perdido,
se funde en la niebla, sin un fin.
 
“Él yace aquí”, susurra entre sollozos,
“y mi corazón se detiene en su amor”,
pero el cuervo, con su canto doloroso,
la sigue, la persigue, sin redentor.
 
Las estrellas ya no brillan para ella,
y el viento la abraza, gélido y cruel,
mientras el cuervo, sombra que desvela,
la tortura en silencio, como un lazo fiel.

Reserva derechos de autor.

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