Mauro Saucedo

La primera carta a Diana

Finales de octubre del 2024
Guadalajara, Jalisco

Diana, querida:

Escribo esta carta no por no saber decírtelo en el momento, sino porque creo que no hay otra forma en la que pueda decirte esto. Nos hemos visto en dos ocasiones con pocos días de diferencia. La primera vez, el domingo 20, fue cuando nos conocimos. Yo estaba nervioso de verte en persona después de tanto platicar y sentir que nos entendíamos bastante bien. Me llevé la sorpresa de que eres más bella que en tus fotos, y me estremecí. Me di cuenta que tus ojos tienen un hermoso enigma que no puedo descifrar, y sentí vértigo. Platiqué contigo para confirmar que eres una persona inteligente y sensata, y me sentí cómodo de habitar ese espacio. Después de ese encuentro y despedirnos, yo me di cuenta que mi corazón estaba ardiendo en llamas, me temblaban las manos, el pecho quemaba y mis rodillas enfermas querían salir corriendo. Nunca había querido tanto ser un suicida en el barranco de un ombligo. Los días pasaron y no pude evitar compartir contigo todos los sentires que colmaron de repente mis presas en sequía. Cuando me di cuenta que tú sentías algo similar me quedé absorto, pasmado, ensimismado por comprender que aquella diosa zapoteca, que había conocido hace poco, se había fijado en mí, un desertor del campo de batalla.
La segunda vez, el jueves 24, con prudente valentía me dijiste que ibas a visitarme a mi casa. Yo estaba muy nervioso porque hacía poco que me habías dicho que me querías besar, y mis mares estaban en llamas de solo imaginar que esa tarde iba a perderme en el cielo de tu boca. Cuando llegaste yo estaba incrédulo, no podía creer que esa diosa se me apareciera un jueves por la tarde. Yo, muerto de nervios, pero sin miedo a morir, hice un salto de fe para aterrizar en tu boca. Nos besamos mucho, lo recuerdo. El mar de mi corazón, el bosque de mi barba, mis necias manos, mis rodillas enfermas, todo estaba en llamas. Recuerdo que hablamos de lo que sentíamos, de lo que queríamos, de temas cotidianos, y de cosas que no recuerdo ahora, pero me sentí frente a una fogata en el invierno. Toda esa tarde yo te miré como miran al cielo los presos, te lo dije antes. Te contemplé con una sensación de incredulidad y de esperanza. La primera porque las coincidencias y probabilidades habían fallado tantas veces para que ese día pudiéramos estar los dos frente a frente con el amor en las manos; y la segunda porque conocerte ha sido una revelación en mi vida. Yo tiempo atrás había decidido que no me iba a volver a enamorar jamás, que no iba a volver a escribir, y que no iba a volver al campo de batalla. En pocas palabras, era un exiliado del amor y sus menesteres. Esa tarde yo lo entendí perfectamente. Estaba listo para volver a luchar y dar mi vida, para escribir y luchar contra el lenguaje y sus barreras, y para volverme a enamorar y ser el devoto de una diosa.
La esperanza que me haces sentir es porque creo que el amor es la fuerza más poderosa que mueve a este mundo, es un arte perfectible que alumbra la nada, que da fuerza y que hace que la vida merezca la pena ser vivida.
Hoy, frente a ti con mis rodillas enfermas y mi corazón ardiente, creo que no tengo nada más que pensar. Quiero que seas tú, Diana. Que estés en mi vida y que seamos juntos. Que seamos equipo contra la tristeza y los miedos, y seamos embajadores del amor a donde vayamos. Me emociono pensar de que tu nombre y el mío se ven bien juntos. Ojalá que triunfemos y nos vaya bonito, estoy dispuesto a dejarme la piel en ello.

Te beso y te abrazo.

                                                                                                                                                    Mauro

Autres oeuvres par Mauro Saucedo...



Haut