Un frío domingo antipático
vi un lijoso y doliente enjambre:
en un paseo aristocrático
una manifestación de hambre.
Fue en la Castellana elegante,
jardín de modas y arrumacos,
donde resuena extravagante
la sandez de los currutacos.
Pobres obreros miserables,
mujeres, ex—hombres gorkianos,
niños de faces espantables,
todos asidos de las manos,
formando sartas de miseria,
henchidos de un rencor de infierno.
¡Inanición, ira y laceria
entre la bruma de un invierno!
Cielo gris de un día holgazán,
ausencia de oro y de arrebol,
y gente huérfana de pan
en la ciudad viuda de sol.
La Castellana era aquel día
de famélicos peregrinos.
¡Escaparate de cursilería
de niñas bobas y sietemesinos!
El menestral de ojos de lumbre
fruncía el ceño en fuerte arruga,
y subía la muchedumbre
ondulante como una oruga.
Y la almibarada inconsciencia
mirábalos con repugnancia,
sin saber que era una advertencia
que hacía el Hambre a la Elegancia.
Puros perfiles de medallas,
damiselas de porte rico,
como mujeres de pantallas
o de países de abanico,
¿no os asustó en el sucio fango
la Multitud, plural vestiglo,
rosas de «tennis» y «te tango»
de la maceta de este siglo?
Orlas de nutrias y de encajes
tenía la mueca melancólica;
brillaba el raso de los trajes
como un esmalte de mayólica.
¡Rencor de plebe desgraciada,
que, tiritando con sus niños,
veía la carne aburguesada
bajo el calor de los armiños!
¡Burguesías, faunas asqueadas
de ver andrajos, tizne de hulla!
¡Rebaños que aman las bordadas
rosas de oro de una casulla!
Aristocracia contumaz,
¿te enseñará el social dolor
una guillotina voraz
una tarde de Termidor?
Vi en aquel domingo holgazán,
sin luces de oro y de arrebol,
a un pueblo huérfano de pan
en la ciudad viuda de sol.
Vi a un albacea de Jesús
destrozando la flor del Bien
y a Teresita Cabarrús
haciendo guiños a Tallien.