No hace falta conocer de cuerpos
celestes para describirte.
Es obvio:
en ti habita un vasto universo.
Estoy seguro de ello.
¿O acaso no son tus ojos dos planetas,
y los lunares de tu cuerpo y rostro
sus estrellas?
¿Acaso tu tacto no abriga fervientemente,
al igual que un sol,
y tu sonrisa ilumina como un cometa
atravesando la oscuridad de la noche?
No hace falta conocer de cuerpos
celestes para describirte,
ni tampoco hace falta un telescopio
para admirarte.
Es suficiente con estar frente a ti
y ver cada elemento del universo
bocetado en tu ser.
Es como si Dios te hubiera utilizado
de lienzo
para expresar su más brillante
creación.
No hace falta conocer de cuerpos
celestes para confesarte
que en ti habita la vida,
y, sobre todo, que la inspiras.