En la sala repleta circuló un aire helado cuando don Luciano, con todo el peso de su prestigio y de su insobornable capacidad de juicio, al promediar su conferencia tomó aliento para decir: «Como siempre, quiero ser franco con ustedes. En este país, y salvo excepciones, mi profesión está en manos de oportunistas, de frívolos, de ineptos, de venales.»
A la mañana siguiente, su secretaria le telefoneó a las ocho: «Don Luciano, lamento molestarlo tan temprano, pero acaban de avisarme que, frente a su casa, hay como quinientas personas esperándolo.» «¿Ah, sí?», dijo el profesor, de buen ánimo. «¿Y qué quieren?» «Según dicen, se proponen expresarle su saludo y su admiración.» «Pero ¿quiénes son?» «No lo sé con certeza, don Luciano. Ellos dicen que son las excepciones.»