Mario Benedetti

Hombre que mira sin sus anteojos

En este instante el mundo es apenas
un vitral confuso
los colores se invaden unos a otros
y las fronteras entre cosa y cosa
       entre tierra y cielo
       entre árbol y pájaro
están deshilachadas e indecisas
 
el futuro es así un caleidoscopio de dudas
y al menor movimiento el lindo pronóstico
       se vuelve mal agüero
los verdugos se agrandan hasta parecer
       invencibles y sólidos
y para mí que no soy lázaro
       la derrota oprime como un sudario
 
las buenas mujeres de esta vida
       se yuxtaponen se solapan se entremezclan
la que apostó su corazón a quererme
       con una fidelidad abrumadora
la que me marcó a fuego
       en la cavernamparo de su sexo
la que fue cómplice de mi silencio
       y comprendía como los ángeles
la que imprevistamente me dio una mano
       en la sombra y después la otra mano
la que me rindió con un solo argumento de sus ojos
       pero se replegó sincera en la amistad
la que descubrió en mí lo mejor de mí mismo
       y linda y tierna y buena amó mi amor
 
los paisajes y las esquinas
los horizontes y las catedrales
       que fui coleccionando
       a través de los años y los engaños
se confunden en una guía de turismo presuntuoso
de fábula a narrar a los amigos
y en ese delirio de vanidades y nostalgias
es dificil saber qué es monasterio y qué blasfemia
       qué es van gogh y qué arenques ahumados
       qué es mosaico y qué agua sucia veneciana
       qué es aconcagua y qué es callampa
 
también los prójimos se arraciman
       crápulas y benditos
       santos e indiferentes y traidores
e inscriben en mi infancia personal
tantas frustraciones y rencores
que no puedo distinguir claramente
       la luna del río
       ni la paja del grano
 
pero llega el momento en que uno recupera
       al fin sus anteojos
y de inmediato el mundo adquiere
       una tolerable nitidez
 
el futuro luce entonces arduo
       pero también radiante
 
los verdugos se empequeñecen hasta
       recuperar su condición de cucarachas
de todas las mujeres una de ellas
       da un paso al frente
       y se desprende de las otras
       que sin embargo no se esfuman
de las ciudades viajadas surgen
       con fervor y claridad
       cuatro o cinco rostros decisivos
       que casi nunca son grandilocuentes
 
cierta niña jugando con su perro
       en una calle desierta de ginebra
un sabio negro de alabama que explicaba
       por qué su piel era absolutamente blanca
ella fitzgerald cantando
       ante una platea casi vacía
       en un teatro malamuerte de florencia
 
y el guajiro de oriente
       que dijo tener un portocarrero
       y era una lata de galletitas
       diseñada por el pintor
 
del racimo de prójimos puedo extraer
       sin dificultades
una larga noche paterna una postrera charla
       síntesis de vida
       con la muerte rondando en el pasillo
el veterano que trasmitía
       sin egoísmo y sin fruición
       algunas de sus claves de sensible
 
el compañero que pensó largamente en la celda
       y sufrió largamente en el cepo
       y no delató a nadie
el hombre político que en un acto
       de incalculable amor
       dijo a un millón de pueblo la culpa es mía
       y el pueblo empezó a susurrar fidel fidel
       y el susurro se convirtió en ola clamorosa
       que lo abrazó y lo sigue abrazando todavía
la gente        la pura gente
      la cojonuda gente a la orientala
       que en la avenida gritó        tiranos temblad
       hasta que llegó al mismísimo
       temblor del tirano
y la muchacha y el muchacho desconocidos
       que se desprendieron un poco de sí mismos
       para tender sus manos y decirme
       adelante y valor
 
decididamente
no voy a perder más mis anteojos
 
por un imperdonable desenfoque
puede uno cometer gravísimos errores.
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