Mariano Brull

Poemas en menguante

       En esta tierra del alma
leve y tenaz
—limo naciente de morires súbitos—
hueco,—entre dos piedras de silencio—
mi canto, eterno, recomienza.
 
       ¡Qué más
belleza verdadera
sabor a eterna cosa por decir!
 
       Sin nueva espera. Ya
en tierra mía de alma—campo santo—
con la almendra del canto nacido por nacer.
 
       El mar, buen amigo
no está en casa.
El mar, viejo amigo, ha salido.
 
       Y esta gente en la playa...
Y esta gente en el agua...
—No saben que el mar está
en casa de otro mar—amigo.
 
       Rayo de luz que alcanza
eternidad muriente, rediviva:
claro vivir de siempre
en el vivir de ahora no alcanzado.—
Mortal borde de eterno, limpio
bajo del ojo que enjugaba luces
y agotaba en la húmeda nacencia
el chorro seco del mirar sediento:
cerca ya del instante verdadero
en el desordenado silencio
partido en uno y cien—mirar y oír:—
¡mediodía en el medio del alma
asomado a los ojos de ahora!
 
       Piedra,—muñón de hadas—
linde de claridades.
Desordenado término,
inconcluso, de vuelo.
 
       ¡Qué potestad agobia
tu fortaleza ágil
dura—en cárcel fluida—
voluntad sin estreno!
 
       Rumbo de iniciaciones
a eternidades nuevas:
en tu reposo—alerta
a cielo y otra espera—
me miro en tus entrañas
—espejo presuroso—
fósil, de urgente cielo.
 
       Por la escalera del aire
baja la torre de música:
largas ventanas de pausas
techo, agudo, de silencio.
 
       Entra en la torre de tierra:
sube escaleras de agua
abre al viento ventanales
pone techo sobre techo.
 
       Y la torre de perfume
sube escaleras de nubes
abre ventanas al cielo
bajo el techo de la lluvia.
 
       La última torre—en el faro
de las torres—cabeceaba.
 
       Entre ésto y lo otro
los ojos empinados:
mudez de cien mil lenguas
en círculo cerrado.
 
       Un gesto—desprendido—
con la presa en la mano.
 
       El índice debajo
de la palabra en alto.
 
       El vuelo—a la deriva—
a su destino claro.
 
       La curva de un conjuro
se rompe en canto llano.
 
       Alas—con pies de plomo—
pasando por el aro:
—mudez de cien mil lenguas
en círculo cerrado—
con el silencio último
partido sobre el labio.
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