Lenta y abandonada
a la oscura belleza de ti misma,
vena de sombra y claridad cantando,
música de esmeralda,
te miré respirando.
No eras la tristeza.
Sí la amorosa muerte.
La más plena hermosura.
La llama de tiniebla
y de frescura.
Desde ti conocía,
origen y diciembre de la rosa,
cima del agua y manantial del trino,
la nieve de mis huesos
y el destino.
Nunca a amor como el tuyo,
—panal de oscuro goce—
tuve el cuerpo rendido,
claustro de dulce hierba
y amoroso
desastre prometido.
Y mientras te miraba
con tu desnudo de árbol y neblina,
serena, reposando,
sentí que más allá de mi memoria
me estabas recobrando.
Más allá de mí misma,
de mi sangre en otoño
y más allá del nombre que tenía,
como a angustia y a origen
te quería.
Celda de amor y noche, ya guardabas
la juventud del tallo en que voy a salir.
Y yo era sólo un sueño y el deseo
de morir.