dábamos vueltas en la noche
y fuimos consumidos por el fuego
nos acercamos y miramos desde el borde
—en el límite del sumidero—
y las fauces como antorchas apagadas
se abrieron para desgarrar el silencio
y nos dejaron tirados
con el cerebro en las manos
lobos de los callejones,
perros con sarna,
barcos sin velas,
acidez en el estómago y las tripas retorciéndose
agua salada para calmar la sed
intenté rearmar el viaje,
pero me faltaban piezas
y no encajaban los pocos pedazos que encontré
solo después supe que estaba moviéndome
por las sacudidas que la carreta había sufrido