Buscan a la mujer hummus,
nacida del garbanzo de la infancia,
un juego de manos sobre el suelo,
una madre de alegría desaparecida.
Yo soy la mujer hummus,
yazco creciendo al borde del espesor,
agua y aceite estremecidos,
multiplico estrellas por energía.
Hieren a la mujer hummus,
extienden sus venas de sésamo
por el universo, y no se conforman
con su desprendimiento, su bondad.
Matan a la mujer hummus,
corazón removido entre el yogur,
un comino,
mente recocida en dientes de ajo,
su sino,
con átomos de sal y limón la apañan:
demasiado dulce aún,
no vale para ser digerida.
La vierten al espacio de las basuras,
se reinicia su descomposición:
humus de mariposa y alga,
abono e infertilidad,
deuda del universo con ella,
cheque al portador,
pérdida de cuerpo,
trueque de alas,
más pesadas, más pequeñas.
Ella cree que vuela,
y que todo renace con ella,
pero el amor sigue maldito,
acusado en el banquillo.
Ella cree que vuela,
pero sólo revolotea y choca,
la ilusión de nacer ilimitada
en la misma mugre del mundo.
Ella cree que vuela,
y es suficiente,
trujamaneada,
insuficiente,
me aman,
tengo, pierdo,
soy y no soy,
me encojo si crezco,
sueño y despierto,
tengo sed si bebo,
leo y sé menos,
siento si no pienso,
y si pienso, cómo lo siento.
Me muevo sin el viento
y con el viento quedo,
soy el libro
y me avergüenzo
de no saberlo.
Soy la piedra
y me avergüenzo
de su blandura.
Soy la luz
y me avergüenzo
de la blancura
de su sombra.
Y voy siendo
tal y cual cosa,
tal y cual tiempo,
tal y cual batalla
y toda la paz
que no existe
no me basta.
© Maria Luisa Arenzana Magaña