Con sus enormes botas impermeables
Y su vestido kaki de una tela fina,
Con su paraguas en la mano
Y su panamá—hat en la cabeza,
Inspecciona el señor burgués sus propiedades,
Sus propiedades rústicas y urbanas.
Alegre y satisfecho,
En plena digestión del chocolate,
Del butiroso y vigorante soconusco,
Deja el confort del nido
Y al aire libre se aventura,
A tiempo que el demonio tentador del medio día
Pecaminosos rayos
Dispara contra el mundo.
Nunca más alegría derramó la Primavera,
Nunca más aromas, nunca más resplandores;
Al firmamento en llamas,
La tierra en flor sonrío.
Nada escucha el burgués: en vano
La canción de la tórtola desmaya en la espesura,
Lamentando las vidas sin amor ni Primavera;
O el rumor de las alas repercute a la distancia,
Como el diálogo nupcial de la Tierra con el cielo.
Nada huele el burgués: en vano
Trasciende como un bálsamo salubre y confortante
La resinosa emanación del pino,
O pasa como suave llamamiento al goce
El lujurioso vaho de la selva.
Nada mira el burgués, en vano
El sauce babilonio se estremece
A la sonora caricia del río;
O blanca nube se desliza por el viento,
Como la eterna desposada de un esposo que no viene;
O vuelan a su lado mariposas,
Mariposas teñidas
Con el dorado polen de la cándida azucena.
Naturaleza en vano
Almibaras tu almíbar, hermoseas tu hermosura,
Y, como regio don, ofreces a los hombres
Tu desnudez olímpica y gloriosa.
El burgués, el binario de Harpagón y de Tartufo,
No te comprende a tí, la madre sin hipócritas remilgos;
A tí, la pródiga divina;
A tí, la gran pagana.
Meditando, calculando
El alza y baja de los fondos,
El gran señor no mira, no huele ni escucha,
Que luz, amor, belleza y poesía
Nunca fueron productos cotizables en la bolsa.
Despide chispas y regaña al hortelano,
Si en los surcos de berzas y lechugas
Distingue rosas;
Más congratula al jardinero, suelta un ¡oh! de regocijo,
Si en las antiguas platabandas de amapolas y claveles
Divisa coles.