Creo en las mañanas de marzo

y en la paz de los días de lluvia

En los cross hot buns y la leche merengada.

Creo en el amor de puchero y en la belleza cotidiana.

Creo en los millares de adolescentes que han pasado por mis aulas.

En la gente que se equivoca y en la que no gana y en la que no tiene ni idea de cómo resolver tortuosos problemas de álgebra.

Creo que es mucho mejor viajar sentada en la ventanilla.

Y creo en los hombres de Irlanda

y en la Provenza

y en el misterio de remotos lugares a los que nunca iré.

Creo en las calles cuyos nombres no recuerdo.

En los caballeritos de Azcoitia y en los puentes de Madison.

En las Juanas de Arco y en las locuras de Juana.

Creo que son necesarias las dos alas.

Creo en los abrazos virtuales y en los besos con nata.

Creo que existen más de mil formas de amar.

Creo en la mirada limpia de los animales.

Creo en los poemas torpes y en los que te invaden o recorren la espalda

Y, desde luego, creo que no hay que contar los versos para que te atraviesen el alma.

Creo en los cambios y sus fracasos.

Creo en las sapitas y el regaliz.

Creo en los que sufren.

Y, para resumir,

creo que la felicidad

debe andar

muy,

pero que muy cerca.