Luis Felipe

Lluvia en noviembre

La carta de un caballero a su amada.

Buenas noches, días, tardes,
ya no sé, amada mía.
Desde que te tengo en mi mente,
el tiempo ya no lo mido con manecillas,
sino entre un breve encuentro y otro contigo.
 
Mi mente no para de pensarte,
mi corazón de latir,
mi cuerpo de extrañarte,
y mi boca seca de desearte.
 
Sin embargo, el motivo principal de esta carta,
en esta oscura noche de noviembre,
donde el frío toca a mi puerta
y el único fuego que me mantiene vivo
es el que siento por ti,
es confesarte algo que me duele:
 
Tal vez por las secuelas de la guerra,
o quizás por los genes heredados de mi padre,
siento siempre el impulso de ser el primero,
de ganar guerras verbales,
de tener siempre la razón
y ganar las batallas,
a costa de perder momentos,
perder vida,
y perder tiempo.
 
Desde entonces, me rodeo de buenos cortesanos,
geniales consejeros y brillantes acompañantes,
que siempre me hacen razonar
en medio de mi terrible locura
y compleja personalidad.
 
Hoy te expreso mis más sinceras disculpas
por no llenar a veces mi mente de noble compasión,
y pensar más con terrible y monstruosa pasión.
 
Con esto quiero decirte, amada mía,
que mi deseo más cercano,
si tú me lo permites,
es que mañana me visites, querida,
y me acompañes en la noche.
 
No importa si el tiempo es largo o corto,
si se extiende o se acorta,
al fin y al cabo todo se detiene
cuando estoy contigo.
 
Y por la venerable virgen que me protege cada día,
te prometo:
no escatimaré ni dejaré de perder un instante contigo,
por el hecho de dejarme llevar
por pensamientos vanos y vacíos.
 
Te deseo pronto,
más allá de mi mente,
de nuevo cerca de mí.
 
Siempre tuyo.

Piaciuto o affrontato da...
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