La Sombra de un Adiós
Era una noche fría de invierno sin estrellas,
el viento susurraba canciones en mi ventana,
yo me abrazaba a un té, buscando una consuelo,
pensando que la soledad era el peor castigo.
Pero un día llegaste con sonrisas de abril,
prometiendo un verano que jamás cumplirías.
Tus palabras eran flores, pero sin raíz al suelo,
y en tu pecho, sin saberlo, guardabas un invierno.
Al principio fue un baile, risas y complicidad,
luego el tiempo mostró grietas en tu libertad.
Tu mirada, antes cálida, se volvió un laberinto,
y tus besos, solo humo... fantasmas en el viento.
Vivíamos juntos, sí, pero eras un espejismo,
un vacío con nombre, un eco sin abrigo.
Yo gritaba en silencio, tú fingías no escuchar,
dos extraños navegando en un barco sin puerto.
¿Sabes lo que duele más que el frío de una ausencia?
Sentir que tu presencia es jaula, no es presencia.
Que tu mano en mi mano no calienta, solo pesa,
y que el “te amo” se rompe como copa de yeso.
Me decían: “No sufras, al menos tienes alguien”,
pero nadie entendía que yo estaba de luto.
Porque amar sin ser visto es morir en pedazos,
y un corazón partido late, pero no basta.
Hoy comprendo que el miedo no es dormir sin arrullo,
sino ver que tu alma llora junto a un falso nido.
Prefiero mil noches vacías, pero con mi verdad,
que una mentira vestida de amor y de martirio.
Así que rompo cadenas, aunque duela el caminar,
porque al fin veo la luz tras tanto oscurecer.
La soledad no es mala si te enseña a volar...
¡Lo cruel es vivir preso donde el alma no está!
Y aunque el camino es largo, hoy respiro más fuerte,
porque en mi pecho late la paz que tú rompiste.
Ya no soy tu prisionera, soy dueña de mi suerte,
y la noche... aunque larga, trae auroras más dulces.
——Luis Barreda/LAB