Zagrell Karlsefni 𒌐

Nuestras cicatrices.

Parte I

Como un lobo en vísperas de invierno, he deseado pertenecer en un lugar que me dé la calidez de sobrevivir a la crueldad de una nevada, una nevada llena de sentimientos que me congeló los nervios.
 
No sentía más el dolor o las heridas en mi cuerpo, no me importaba el ardor o el punzante y agobiante sentir de los hematomas en mi pequeño ser.
 
Tenía congelado los nervios pero no los recuerdos.
 
La culpa, el odio y el rencor se apoderaron de mi frágil existir y poco a poco dejé de cuestionar las órdenes sin moral del hombre que alguna vez puso la espalda para mi bienestar.
 
Realmente, he vivido rodeado de sangre desde mi concibir, estoy enfermo del aroma putrefacto, del sentir espeso y pegajoso; del sabor salado como el mar, en el cual me hundí.
 
No puedo describir este sentimiento que se ha abierto en fotogramas de una pantalla.
Todos mis recuerdos se basan en alguien que vivía por alguien más y ahora está aprendiendo a vivir por sí mismo.
 
¿Tengo el derecho a lograrlo?
En mis manos mora la obra del pecado que se me asignó y, como una herramienta para lastimar, acaté sin rechistar.
 
Las cicatrices en mi piel no pueden ser reemplazadas por prótesis, en mí cuerpo se firmó el recuerdo eterno del pasado.
 
Mi corazón se dividió tanto que no existe fórmula matemática que me dé un resultado.
Soy tanto en uno, carente de calidad y lleno de cantidad.
 
Pero no puedo negar que existo, qué aún te encuentro en mis gustos.
Cada deseo, cada gusto y cada capricho me grita que quiero vivir, que quiero ver con estos ojos dañados el camino que decidí caminar.
 
Me niego a llamarme loco por afirmar que soy un impostor en un cuerpo usurpado.
Lo veo todos los dias, en todos lados; miles de mentirosos en cuerpos de otros.
 
Así que déjame seguir este lienzo, déjame proteger este cuerpo del mal que asoló al pequeño.

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