Basta, Cupido ya, que a la divina
ninfa del Turia reverente adoro;
ni espero libertad, ni alivio imploro,
y cedo alegre al astro que me inclina.
¿Qué nuevas armas tu rigor destina
contra mi vida, si defensa ignoro?
Sí, ya la admiro entre el castalio coro
la cítara pulsar griega y latina.
Ya, coronada del laurel febeo,
en altos versos llenos de dulzura,
oigo su voz, su número elegante.
Para tanto poder débil trofeo
adquieres tú, si sola su hermosura
bastó a rendir mi corazón amante.