Las noches se visten de griterío,
y la gente curda entona antiguos corridos;
falta el murmullo de aquellos olvidados,
que en la penumbra me cuidan detrás del zaguán.
Una está en cama y otro ya se ha ido,
a una la veo poco y al otro cuando estoy dormido.
Visito, en ocasiones, el jardín del cielo,
para escuchar su voz, aun en mudo recelo.
Regreso a casa, converso con quien aún está,
aprovechando el tiempo en tardes de domingo sin par;
anhelo pasear con mi gente, en un vuelo sutil,
pues, si bien uno partió, su espíritu va conmigo, a la eternidad.