Todo el amor nos tiranizó,
el mar se encuentra solo,
desde el fondo del faro
que hipnotiza al sueño
nos embriaga la sal del caracol,
destinado entre lágrimas proféticas
su luz marina llegará,
al fin de saciar su sed de espejos comunicantes,
pero el viento endulza al aire sin razón,
creando el azúcar del corazón,
soplando desnudez en la fiel canción,
los ecos me remiten al fuego,
al enloquecedor flujo
del agua orgásmica,
el agua dentro del agua,
vano abrazo entre las cenizas,
lenguaje inútil de primavera muerta,
un dulce verde y espumante
inmóvil en la garganta,
olvidaste tu nombre,
palabras de otro tiempo te borraron,
azul es el teatro de tus manos,
ruge toda tu fiebre montañosa
y canta como quien detiene el tiempo,
canta para que viva el poema,
para que renazca y se quede en tí,
como un dibujo de agua en el fuego,
para que suba imparable de tus entrañas,
como una visión de locura ambiciosa,
de una tierra anónima y lejana,
siempre unido a un quizás,
a un sentimiento de encuentro o escape.
¿Tu mirada por fin se abrió,
dejando todo el color adentro?
¿Tornará tu cuerpo en un reloj de sal?
La luz era mi tumba,
desbordaba mi sustancia femenina,
me llevaba a un hospital mental lejos de mi,
me transparentaba en un portal
fugaz y agresivo,
donde la ilusión de unidad atormenta,
donde el ser uno duele,
y me olvidaba,
como una marioneta bíblica,
obstruido en mi laberinto,
ciego de la propia luz,
iba tejiendo palabras
ajenas en mi boca,
el espejo estaba roto,
caia lento en un manantial de ceniza,
y los ojos eran cuervos
flotando en pequeños espacios vacios,
distantes del tiempo y el espacio,
unidos al unísono de la gran Voz.
La sombra de una infancia infame
asoma por la ventana,
un enorme barco navega
en una lágrima,
y delira en cantos,
en pequeñas manos turbulentas,
proyectando deseo sepulcral,
materia abstracta verbal,
fractal de un mismo corazón,
como una serpiente ancestral;
la noche es una cicatriz.