En las tardes brumosas del invierno,
cuando el sol taciturno, paso a paso
va cayendo en las sombras del ocaso
como envuelto en las llamas de un infierno,
abro las mustias alas y me cierno
por la infinita bóveda al acaso,
falto de luz y de vigor escaso,
presa de las nostalgias de lo eterno.
Y subo, subo, y cuando el ojo mío
descubre entre los velos de la noche
mi supremo ideal, en el vacío
una mano brutal mis olas cierra
y caigo... sin una ¡ay! sin un reproche,
sobre el fangal inmundo de la tierra.