Ahora que me siento en la ínfima soledad de la noche y escucho aun retumbar tu recuerdo en mi memoria, no puedo evitar envolverme en un pensamiento, en el que tomo, como actores principales, a tu cara, florecida de felicidad, y a tu voz, canto arropador que me llenaba de vigor. Y, gracias a eso, ahora voy a nuestro punto de partida, como cada día, aquella placita frente a la avenida.
Voy, a aquel lugar, simplemente a esperar que, por casualidad, llegues con aquel danzar; que en aquellos tiempos me hacía cambiar mi larga careta, por una más contenta y menos funesta.
Y con esas manos, que solo tenes vos, me creabas los inviernos y los veranos.
¡yo no lo podía creer! (lo que eras capaz de hacer)
¡que inviernos más cálidos! ¡que veranos más lozanos!
Como me acuerdo de todo eso... aun, con este entrevero que me creo en mis memorias y eso que a veces no me acuerdo si respiro o si ya estoy muerto y desolado.
Y mira... desde acá, en este mismo lugar donde me vengo a parar y con esas mismas manos que ya no puedo tocar, me guiabas hasta la parada, pa’ esperar el bondi y partir para tu casa.
Llegábamos allá, a esa vieja casa
y cómo la sigo recordando, como si fuera la mía...
el cuarto, el comedor y la cocina, todo eso lo tengo bien guardado.
Y ahí, con vos a mi lado, podría jurar
que era mas feliz que en cualquier otro lugar.
Hasta me parece gracioso porque nadie se imaginará verme sonreír de tal manera, tan sincera, como cuando un niño sale de la escuela y ve a su familia que lo espera.
Y ahora que ya no estas... tiendo a mirar, con una mirada seria y fría, a cualquier demostración de simpatía.
¡Oh amada mía! ¿Dónde estas mi vida?
¿Dónde enterraste mi amor? ¿Dónde dejaste marchitándose mi corazón?
Te lo ruego, como implorándole a un dios, devuélvemelo, por favor.
Y afirmo una cosita más, antes de acabar con toda esta palabrería inadecuada:
Hace tanto tiempo que no siento nada, que veces pienso que ya estoy vacío o talvez medio muerto.
Que se yo, eso al final, se lo dejo al viento.