Ya la fiebre domada no consume
El ardor de la sangre de mis venas,
Ni el peso de sus cálidas cadenas
Mi cuerpo débil sobre el lecho entume.
Ahora que mi espíritu presume
Hallarse libre de mortales penas,
Y que podrá ascender por las serenas
Regiones de la luz y del perfume,
Haz, ¡oh, Dios!, que no vean ya mis ojos
La horrible Realidad que me contrista
Y que marche en la inmensa caravana,
O que la fiebre, con sus velos rojos,
Oculte para siempre ante mi vista
La desnudez de la miseria humana.