¿Por qué tus ojos, cristiana,
vierten llanto sin cesar,
cuando debieras, ufana,
en mi serrallo ostentar
el imperio de sultana?
¿Qué placer darte pudiera
el más poderoso rey
que yo a tu amor no le diera?
¿Quien que cual yo cumpliera
tu capricho como ley?
Otras esclavas hermosas
se muestran a mi pasión
algún tanto desdeñosas
y de ti están envidiosas
al ver mi predilección.
Y aunque enojadas están
de ver que soy tu vasallo,
ninguna pena me dan
con tal que calme mi afán
la perla de mi serrallo.
Todas mis esclava diera
por conservarte a ti sola
y todo un reino vendiera
si con él comprar pudiera
un veso de mi española.
Revelan tanta expresión
tus ojos, perla adorada,
que al más frío corazón
lo harán arder de pasión
con una sola mirada.
Con tu blanca dentadura
resalta tu tez morena
y realzan tu hermosura
lo esbelto de tu cintura,
lo negro de tu melena.
Deja la melancolía
que a pesar de mi terneza
te consume noche y día,
y haz alarde, vida mía,
de mi amor y tu belleza.
Si te aflige la memoria
de tu España idolatrada
ya verás como esa historia
al resplandor de mi gloria
del todo queda olvidada.
Si a imitación del Eden
hay en tu patria jardines
donde mezcladas se ven
las rosas con los jazmines,
aquí los tienes también.
Si algunas, con su riqueza
saben aumentar allí
su hermosura y su gentileza,
para aumentar tu belelza
tesoros tienes aquí.
Estando allá no tendrías
a un Sultán por vasallo
ni tanta envidia darías,
que en tu patria no serías
la perla de mi serrallo.
La más hermosa cristiana
al más bizarro galán
hiciera un desprecio ufana
por llamarse la Sultana
de tan rendido Sultán.
¿Qué causa, pues, tu tristeza
cuando aquí con profusión
doy a tu orgullo riqueza,
amor a tu corazón
y adornos a tu belleza?.
Silencio el moro guardó
y la impaciencia en sus ojos
colérico retrató,
más sin temer sus enojos,
la cristiana contestó:
“En mi patria no vería
mi amor, mi orgullo y beldad,
halagados a porfía,
pero allí en cambio tendría,
religión y libertad.”