Nacía, gris, la luna, y Beethoven lloraba,
bajo la mano blanca, en el piano de ella.
En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de la luna, parecía más bella.
Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón, y acaso llorábamos sin vernos.
Cada nota encendía una herida de amores...
(...El noble piano intentaba comprendernos.)
Por el balcón abierto a brumas estrelladas
venía un viento triste de mundos invisibles.
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le respondía de cosas imposibles.