¡Ese día, ese día
en que yo mire el mar —los dos tranquilos—,
confiado a él; toda mi alma
—vaciada ya por mí en la Obra plena—
segura para siempre, como un árbol grande,
en la costa del mundo;
con la seguridad de copa y de raíz
del gran trabajo hecho!
—¡Ese día, en que sea
navegar descansar, porque haya yo
trabajado en mí tanto, tanto, tanto!
¡Ese día, ese día
en que la muerte —¡negras olas!—ya no me corteje
—y yo sonría ya, sin fin, a todo—,
porque sea tan poco, huesos míos,
lo que le haya dejado yo de mí!