Juan Meléndez Valdés

Oda xxvi del caer de las hojas

¡Oh, cuál con estas hojas
que en sosegado vuelo
de los árboles giran,
circulando en el viento,
 
mil imágenes tristes
hierven ora en mi pecho,
que anublan su alegría
y apagan mis deseos!
 
Símbolo fugitivo
del mundanal contento,
que si fósforo brilla,
muere en humo deshecho,
 
no hace nada que el bosque
florecidas cubriendo,
la vista embelesaban
con su animado juego,
 
cuando entre ellas vagando
el cefirillo inquieto,
sus móviles cogollos
colmó de alegres besos.
 
Las dulces avecillas
ocultas en su seno
el ánimo hechizaron
con sus sonoros quiebros;
 
y entre lascivos píos,
llagadas ya del fuego
del blando amor, bullían
de aquí y de allá corriendo,
 
los más despiertos ojos
su júbilo y el fresco
de las sombras amigas
solicitando al sueño.
 
Pero el Can abrasado
vino en alas del tiempo,
y a su fresca verdura
mancilló el lucimiento.
 
Sucediole el otoño;
tras de él, árido el cierzo
con su lánguida vida
acabó en un momento;
 
y en lugar de sus galas
y del susurro tierno
que al más leve soplillo
vagas antes hicieron,
 
hoy muertas y ateridas,
ni aun de alfombrar el suelo
ya valen, y la planta
las huella con desprecio.
 
Así sombra mis años
pasarán, y con ellos
cual las hojas fugaces,
volará mi cabello;
 
mi faz de ásperas rugas
surcará el crudo invierno,
de flaqueza mis pasos,
de dolores mi cuerpo;
 
y apagado a los gustos,
miraré como un puerto
de salud en mis males,
de la tumba el silencio.

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