Juan Meléndez Valdés

El hombre imperfecto a su perfectísimo autor

Señor, a cuyos días son los siglos
instantes fugitivos, Ser Eterno,
torna a mí tu clemencia,
pues huye vana sombra mi existencia.
 
Tú que hinches con tu espíritu inefable
el universo y más, Ser Infinito,
mírame en faz pacible,
pues soy menos que un átomo invisible.
 
Tú en cuya diestra excelsa, valedora
el cielo firme se sustenta, oh Fuerte,
pues sabes del ser mío
la vil flaqueza, me defiende pío.
 
Tú, que la inmensa creación alientas,
oh fuente de la vida indefectible,
oye mi voz rendida,
pues es muerte ante Ti mi triste vida.
 
Tú que ves cuanto ha sido en tu honda mente,
cuanto es, cuanto será, Saber inmenso,
tu eterna luz imploro,
pues en sombras de error perdido lloro.
 
Tú que allá sobre el cielo el trono santo
en luz gloriosa asientas, oh Inmutable,
con tu eternal firmeza
sostén, Señor, mi instable ligereza.
 
Tú, que si el brazo apartas al abismo
los astros ves caer, oh Omnipotente,
pues yo no puedo nada,
de mi miseria duélete extremada.
 
Tú, a cuya mano por sustento vuela
el pajarillo, oh bienhechor, oh Padre,
tus dones con largueza
derrama en mí, que todo soy pobreza.
 
Ser Eterno, Infinito, Fuerte, Vida,
Sabio, Inmutable, Poderoso, Padre,
desde tu inmensa altura
no te olvides de mí, pues soy tu hechura.

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