–I–
Bella es la luz de la rosada aurora
Y una mañana del quemado estío,
Cuando con tibia púrpura colora
Las transparentes gotas del rocío.
Cuando inundan el aire de armonía
Las aves en las hojas apiñadas,
Cuando la tierra, saludando al día,
Desata ríos, fuentes y cascadas.
Cuando se mecen las abiertas flores
Al blando arrullo de la brisa errante,
Y pasa el aura prodigando olores
Su inmenso velo al desplegar flotante.
Cuando en sus torres, la ciudad dormida
Vibra ronca la voz de la campana,
Señal primera de que vuelve a vida
Y bendice la luz de la mañana.
Bello es el sol allá en el horizonte
Cuando alza ufano la radiante esfera,
Gigante que, trepando por el monte,
Del mundo el sueño a sorprender viniera.
Bella es la tarde con su parda sombra
Que el ruido apaga y el espacio puebla,
Cuando del mundo en la gastada alfombra
Tiende su manto de azulada niebla.
Bella es la noche cuando en paz camina
Entre sublime oscuridad velada,
Al opaco fulgor con que ilumina
Esa luna de estrellas coronada.
¡Bello es el mundo, sí, la vida es bella!...
Dios en sus obras el placer derrama:
Sólo no encuentra su contento en ella
Un corazón que el imposible ama.
Él sólo melancólico suspira
Cuando el alba purpúrea se eleva:
Él sólo melancólico la mira
Cómo en sus pliegues su esperanza lleva.
Sólo él sabe que el sol en Occidente
Al sepultarse, le arrebata un día,
Y la noche, al caer sobre su frente
Con su misterio aumenta su agonía.
Sus ojos ven el alba, y ven las flores,
Ven la luz, y la sombra, y las estrellas,
Ven las horas rodar y sus dolores
¡Rodar también para volver con ellas!
¡Corazón que no has amado,
Tú no sabes el dolor
De un corazón acosado,
Carcomido y desgarrado
Por amarguras de amor!
No sabes cómo se llora
Con ese llanto que quema,
Con la noche y con la aurora,
Con ese sol que colora
En la frente un anatema.
Se llora con el placer,
Se llora con el pesar,
Con el recuerdo de ayer,
Y mañana hay que llorar
Si nos ama una mujer.
Tú, velado a la tormenta
De borrascosa pasión,
No sabes cómo se aumenta,
Cómo inflamada revienta
La pena en el corazón.
Cómo le devora eterno
Ese esperar indeciso,
Cómo abrasa el fuego interno
De tener hoy un infierno
Donde estuvo un paraíso.
¡Amar y no ser amado!
¡Sentir y no consentir!
¡Morir viviendo olvidado!
¡Ay! ¡Morir de enamorado
Y no poderlo decir!
¡Bullir en el pensamiento
El bello ser de otro ser...
Y ese roedor tormento,
Que hemos bebido en el viento,
En la voz de una mujer!
Sí, mis oídos la oyeron,
Mis ojos la contemplaron;
Era hermosa y Ia creyeron...
Mis oídos me mintieron
O sus ojos me engañaron.
Era un ángel tal vez; descendió al suelo
Para dejar sobre la tierra impía
Alguna oculta maldición del cielo,
Y un reguero de luz y de armonía.
La amé al pasar, y me dejó pasando,
Y por único alivio en mi honda pena,
«Canta», me dijo, y la visión flotando
Se deshizo en la atmósfera serena.
–II–
A D. N. PASTOR DÍAZ
Poeta, ven y cantemos
A una voz nuestros amores;
En un arpa los lloremos,
Que bien cobijarse vemos
A un árbol dos ruiseñores.
Yo tu dolor cantaré,
Tú cantarás mi dolor,
Que igual el de entrambos fue,
Y harto yo solo lloré
Una mujer, un amor.
Hagamos doliente y tierno
A nuestro canto improviso,
Del mundo un recuerdo eterno,
Y donde estuvo un infierno
Alcemos un paraíso.