José Zorrilla

A***

Déjame oír tu misterioso canto,
Alegre voz de tus ensueños de oro;
Solo y perdido peregrino, en tanto
Mal en mi pecho mi dolor devoro.
 
Dióte el cielo contento y armonía
Y es justo que lo cantes y le adores;
Puro y tranquilo resbaló tu día,
Tu sien de niño coronó de flores.
 
Para ti son la risa y los festines,
La tierra para ti tiene placeres,
La tierra para ti tiene jardines,
Y para ti son bellas las mujeres.
 
Y tiene luz el cielo transparente,
Color azul y lánguidas estrellas,
Y ese fanal que alumbra tristemente,
Cual moribundo sol, en medio de ellas.
 
No para mí, cuya fatal mirada
Quema y devora cuanto en torno nace,
Arroyo que al caer de la cascada
En cristalinas trenzas se deshace;
 
Pero llega torrente a la llanura,
Y arranca frutos, árboles y flores,
Y al campo roba gala y hermosura
Arrastrando con él musgo y colores.
 
No para mí, que en noche borrascosa
Vine a surcar las ondas de la vida,
Con el alma penada y fatigosa,
Con la esperanza del placer perdida.
 
No para mí, que busco una corona
Y un nombre pido en agonía vana;
Mentida luz que de verdad blasona,
Pero que un nombre nos dará mañana.
 
No para mí, que nací
Hecha de fuego mi alma,
Sin un momento de calma
En las horas que viví.
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¿Por qué en el lánguido aliento
De una mujer que suspira,
Sólo el poeta respira
Su amargura y su tormento?
¡Ay! ¿De qué lo sirve al triste
La fogosa inspiración,
Si es de tierra el corazón
Y su voluntad resiste?
En los góticos salones,
En las pintorescas ruinas,
Canta con notas divinas
Sus misteriosas canciones.
Y cree sus fábulas bellas,
Y en su entusiasmo violento,
Su espíritu va en el viento
Por cima de las estrellas.
En la tierra pasa el hombre
Y ve su miseria en calma:
¡Ay, no comprende su alma
Y no demanda su nombre!
Que es el poeta un bajel
Que, de riqueza cargado,
Surca el mar alborotado
Para naufragar en él.
Mas yo vi el tronco mortal
De avaro conquistador
Al amarillo fulgor
De lámpara funeral.
Era de mármol su lecho,
Era de mármol su frente,
Doblada lánguidamente
Sobre su desnudo pecho.
De mármol la mano fría,
Que el hierro no sujetaba,
Su espalda le sustentaba;
Si órase un hombre, dormía.
Vi un rey, que el trono perdió
Porque al vasallo la plugo,
Caminar junto al verdugo
Que el cadalso levantó.
Vi una hermosa que arrastraban
Sobre féretro asqueroso,
Y con cántico medroso
Sacerdotes la rezaban.
Vi ricos y potentados
En sus inmundos placeres,
Entre orgías y mujeres
De sus hijos olvidados.
«Vivamos hoy», se decían
En el lúbrico festín;
Y otros con ayes sin fin
El sustento les pedían.
Y unos cayeron beodos,
Y otros de hambre cayeron,
Y todos se maldijeron,
Que eran infelices todos.
Y en marmóreo pedestal
Vi la sombra del poeta,
A quien el tiempo respeta
Y el mundo llama inmortal.
Descansa sobre su lira,
Y alza al cielo su cabeza,
Fijos con noble fiereza
Sus ojos en quien le mira.
Y al universo da leyes
Orgulloso triunfador,
Intérprete del Señor
Sobre la ley de los reyes.
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Oye, sublime cantor:
Si es fuerza que al fin sucumba,
Si al fin bajo a innoble tumba
A dormir con mi dolor;
Si al fin con el viento vago
Mis versos se perderán,
Cual fuentes que a morir van
Al cieno de hediondo lago;
Cuenta al mundo mi amargura,
Cuéntale mi suerte impía,,
Que sepa al menos que un día
Quise volar a la altura.
Y borra, borra mi nombre
Si le han grabado en mi losa,
Que no le insulte orgullosa
La imbécil planta de un hombre.
 
 
Sólo una flor amarilla
Que el cierzo marchitará,
Entre el césped brotará
De mi sepulcro en la orilla.
¡Pobre flor! ¿Por qué naciste
Sobra una tumba desierta?
¿No temes la noche yerta
Tan solitaria y tan triste?
¡Pobre flor! ¿A qué temprana
Diste al mundo tu sonrisa?
Hoy te mece fresca brisa,
Pero morirás mañana.
¡Ay! ¡Pobre flor amarilla!
¿A qué tan presto brotar,
Si el cierzo te ha de agostar
De mi sepulcro en la orilla?

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