En una mañana pedregosa
entre palmerales verdes de inspiración
y rincones retratados en el olvido,
un poema esculpido en los corazones
resuena en las calles de su pueblo
por Miguel, el Miguel de los pobres,
el niño chico de Orihuela,
su pueblo y el mío.
El que entre sonrisas lanzaba al cielo
versos entrelazados al aire
pidiendo libertad para el que pena.
La tristeza inunda los campos,
las aceras soleadas están desiertas
pero llenas de letras del poeta,
mientras los llantos resuenan
por toda España gritando con coraje
libertad para su cuerpo,
que su alma, por fin, está con su gente.
Ha muerto Miguel, el niño yuntero,
el de las nanas de la cebolla,
el que una mañana vio segada su vida
entre oscuras paredes de rabia
por tan solo pensar de otra manera.
Ya está solitaria la higuera,
sola y seca, esperando a ser leño
mientras la viudez del huerto
clama su desventura y su indignación
al no tener cerca al poeta,
el que regó con lágrimas aquel vergel
que en tantos momentos con sus versos llenó.
Ha muerto Miguel, ha muerto de pena,
entre barrotes de hierro, insultos e improperios.
Ha muerto Miguel para unos,
para nosotros, aún sigue vivo,
vivo y recitando sus poemas por la tierra.