Cuando estoy preguntando y, de repente,
levanto a Ti los ojos y me callo,
entonces es, Señor, que Tú me escuchas,
y te hablo.
La luz crece en mi alma, dulcemente,
y en ella está mi cuerpo iluminado,
como muerto ya en Ti, cuando me tengas
puro y blanco.
El silencio es, Señor, como la muerte,
y solo muerto has de escuchar mi llanto.
Escucha mi silencio: aún estoy vivo
y preguntando.