La noche era tan larga que todos la olvidaron,
y, de pronto, en el cielo brilló tu mano ardiendo,
como una luna roja que hasta la tierra baja
y nos toca la frente hundida en el silencio.
Desde entonces te siento, Señor, ya tan lejano,
que no sé si es que existes o fuiste solo un sueño;
porque quise saberte, Señor, quise tocarte,
al ver sobre mi vida toda tu luz cayendo.
Señor, ¿por qué encendiste, con tu fulgor terrible,
la pura noche negra que oculta mis secretos?
¿Por qué no me dejaste, como la piedra inerte,
eternamente blanco, eternamente muerto?