EL gallo rojo que al parirse el día
alza violentamente su cresta breve como una herida
escupe sobre el cielo esa nube de sangre
que luego los poetas en sus poemas cantan.
Olvida los poetas y canta como siempre,
abre como un otoño tu gran pico amarillo,
tu duro pico hermano del espolón triunfante
que de la piedra arranca su corazón de hueso.
Despierta así gritando, sin que nadie te estorbe,
desperezando el día de somnolientos ojos,
cansado de esta noche en que los hombres, tristes,
contemplaban la luna como a un dios olvidado.
Canta, canta y olvídame aunque te estoy cantando,
ronco poeta humano que no puede entenderte.
Canta sin miedo, libre, sin ritmo y sin palabras
mientras se funde el día en su celeste fragua.