Abro tu libro... y en él
quisiera en dulce tributo
dejarte el excelso fruto
de la lira o el pincel.
Pero el estro indocto y cruel
cuerdas y lira destroza;
la musa no se alboroza
y huraña, estéril y vieja,
como la tarde se queja
como la tarde solloza.
Tú que en el fragante abril
bordando ilusiones vives,
que luz del alba recibes
y perfumes del pensil;
Tú que festiva y gentil
huellas flores a tu paso,
tú que eres sol sin ocaso,
mereces cual don divino,
pinceladas del de Urbino
y estrofas de Garcilaso.
Cuando en brillante salón
dices una rima hermosa,
va de tus labios de rosa
en ondas al corazón.
La gracia, la inspiración,
el arte y el sentimiento
vibran en tu dulce acento,
que imita con poderío,
el suave rodar del río,
el blando gemir del viento.
Cuando en noches de placer
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al compás del piano cantas
con inefable poder,
Tu voz se siente correr
como de fuente argentina
la música peregrina,
o bien finge arrobadora,
ritmos del aura que llora,
notas del ave que trina.
Te dio el bulbul su cantar,
su ardiente savia el verano,
y el antílope africano
la mirada y el andar.
Te dio nítido azahar
su albura de aroma henchida,
la aurora su sien ceñida
de rizos áureos y leves,
y yo las últimas nieves
del invierno de mi vida.