Los huérfanos se han formado en las pradera libres. Ejecutan solamente las veleidades de su albedrío.
Han descubierto los secretos de la medicina rústica, mirando las costumbres de los animales. Discurren sobre los ejemplares de la selva, desde el cedro hasta el hisopo, a semejanza de Salomón, el monarca feliz. Un oso les ha cedido su caverna, usando la condescendencia de un abuelo. Un pájaro estridente les enseña el pronóstico de la lluvia.
Cantan en el retiro de la noche y el sapo verdinegro danza en dos pies delante de una luna mortal.
Disipan las visiones de la sombra y del miedo agitando en el aire un ramo de verbena céltica.
Se abstienen de encender lumbre en los días sujetos a una constelación inicua. Una figura sangrienta, vestida con la sotana de los supliciados, divide las fauces de la tierra y se declara su progenitor.
Los huérfanos la ahuyentan dirigiéndole motes indignos, reservados para el topo y demás criaturas de vivienda sórdida.
#EscritoresVenezolanos (1929) El cielo de esmalte