Es un horror sin nombre
y un silencio profundo
El día del pecado
se amortajaba el mundo;
y Adán, tras de cerrarse
la puerta del Edén,
viendo que Eva lloraba, dijo:
—“No temas, ven,
acércame tus labios
y penetra en mi amor,
y ofrécele a mi carne
toda tu carne en flor.
Ven y oprime mi pecho
con tu pecho agitado,
y aprende a amar la vida
renovando el pecado.
¿Ves? Todo nos rechaza.
Toda la creación
repudia nuestro crimen,
vibra de indignación:
Dios retuerce los árboles
con cólera funesta,
como un vaho de fuego
que cruza la floresta,
y hace brotar volcanes
y desborda los ríos;
los astros se estremecen
llenos de escalofríos,
y el trueno y el relámpago
turban la paz del cielo.
Vamos…¿Qué importa?
Desata como un velo
sobre el cuerpo desnudo
tu hermosa cabellera;
que arda el bosque a tu paso,
que la espina te hiera,
que el sol queme tu espalda,
que te injurien los nidos,
que el animal salvaje
te acuse con rugidos.
Y que al ver
como sangras en el zarzal,
después se enmarañen serpientes
hambrientas a tus pies…
Y no importa, no importa,
pues si el amor te llena
se ilumina el destierro,
se perfuma la arena;
y yo no puedo nada
con este Edén perdido,
pues me lo llevo todo
con tu cuerpo querido.
Y aunque Dios destruyera la flor,
el viento, el mar,
todo renacería
cantando en tu mirar;
todo; rosas y estrellas;
árboles y montañas,
pues la vida infinita
florece en tus entrañas;
y, si las cosas mueren
en torno a tu belleza,
tú eres más poderosa
que la Naturaleza,
ahora que ya pecaste,
ahora que eres mujer.
Bendito aquel momento
cuando vi amanecer
la vida en tu pecado
y el amor en tu crimen.
Ahora que Dios nos odia,
los besos nos redimen;
y, al amarte en la tierra,
y al besarnos los dos,
¡la Tierra es más que el Cielo
y el Hombre es más que Dios!