Escucho su muerte resonante ¡oh mortales!
Como glauca música, y mi respeto es mudo
Y oscuro como la oruga ante el sol reluciente:
Yo soy el desdichado aceite que recoge su reflejo
En una grieta de la tierra.
Acudid, plateados prados, venturas, contentos,
Días de entera llama por él incendiados.
¿No hay quién lo rescate a las altas sierpes
De tornasol que braman en sus oídos,
Y más y más lo enroscan y le ahogan el alma
En una negra oración?
Veo la metálica sombra de David a su espalda
Con sus lumbares frutos
En los dedos melodiosos y eternos
El organista besa el nogal del clavijero
Saborea una última nota en la sombra
¡Ah muerte, dorado regocijo, sonoridad y silencio,
Cuán tiernos y heroicos pulmones
Sobre el letal teclado acoge!
Recitad lejanos valles y montañas, callados insectos,
En la alta noche del organista
Himnos y alabanzas inaudibles.