La noche, deseosa, apenumbrada,
Te quitó sin pensar las zapatillas.
Y –por sentirse blanca y alumbrada–
Desnudó blancamente tus rodillas.
Luego –por diversión, sin decir nada–
La noche se llevó tu blusa larga
Y te arrancó la falda ensimismada
Como una cosa tímida y amarga.
Después te colocaste travesura:
Desnudaste tus pechos por ternura
Y –hablando de un amor vago, inconexo–
Porque sí y porque no, a medio reproche,
Desnudaste también, entre la noche
La noche pequeñita de tu sexo