Es curioso como una persona a lo largo de su vida desea y es que el deseo impulsa a la acción, la ilusión y una serie de estimulaciones fisiológicas que nos hacen sentirnos felices.
Por lo general deseamos lo que no tenemos y le ponemos tanta atención que a veces convertimos en obsesión lo que se quiere con tanto desespero. Va desde los zapatos que vimos en aquel aparador, el coche de una marca prestigiosa, una casa en la zona más exclusiva y la persona que pensamos nunca nos hará caso.
Metas elevadas que nos haces desbocarnos por conseguirlo y al momento que se obtiene los efectos del deseo se van esfumando paulatinamente hasta que todo lo que en su momento representó nuestra felicidad se convierte en un artículo más de lo que comprende nuestro día a día.
Y en ese tránsito nos damos cuenta de que los zapatos nos lastiman, él rendimiento del coche es deficiente, la casa tiene un centenar de defectos y la persona resulta ser un simple mortal que solamente idealizabamos.
Empezamos a decepcionarnos de aquello con lo que tanta fuerza luchamos y nuevamente buscamos otra cosa que desear, que nos llene porque lo que tenemos ya no es suficiente.
Nos hemos vuelto acumuladores melancólicos vacios y siempre insatisfechos, barriles sin fondo.
Es curioso como el ser humano gasta gran parte de su vida quejándose por lo que tiene y lamentándose por lo que aún no consigue y no es capaz de reconocer lo que sostiene en sus manos.
Siempre me he preguntado ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Idealización, egos, vacíos?
Aún no encuentro la respuesta pero sé que las personas se horrorizan ante la idea de la muerte. Y es cuando a alguien le diagnostican un cancer que le encuentran sentido a la vida, cuando una relación está por terminar que se enciende el amor nuevamente, cuando están por despedirnos que valoramos a conciencia todos los beneficios que gozábamos.
Y es en ese punto final; que el deseo le regresa la vida y el brillo a todo lo que ya habíamos olvidado.
Desempolvamos las cosas, las volvemos a querer porque el ser humano no se permite perder algo o que le quiten algo, no se permite dejar espacios. Uno debe de tener el poder de elección de lo que conservamos y lo que no; pero no permitimos que nos quiten ni nos arrebaten.
Que fácil sería todo si supiéramos conservar el valor de las cosas, sabiendo que todo se termina, que todo cambia, que no podemos controlar nada y que nada nos pertenece.
Encontrando su valor aún con defectos, aunque con el tiempo se hagan viejos. Y con el fiel compromiso de cuidar y conservar su valor, viendo belleza en cualquier ángulo que se le mire. Porque es en el cuidado que el deseo permanece y que el valor se mantiene intacto.