Joaquín Dicenta

El carretero

Es en la hora agonizante
de un crepúsculo violeta,
va marchando una carreta
por el camino adelante.
 
Cruza un pájaro agorero
sobre los campos silentes
y una canción, entre dientes,
va entonando el carretero.
 
En sus nidales de esparto
se ponen las aves presas,
relucen como turquesas
los ojos de los lagartos.
 
Y en la tarde agonizante,
tras la carreta, una moza
marcha mientras que solloza,
por el camino adelante.
 
¡Déjame subir al carro, carretero!
¡Déjame subir al carro que me muero!
 
Mira que estoy muy cansada,
que hace mucho que camino;
mira que marcho sin tino,
desde que fue la alborada.
 
He recorrido senderos,
he echado por un atajo
monte arriba y monte abajo,
sin pedir a los carreros
un descanso en los apriscos;
sin implorar con mis quejas,
la leche de sus ovejas;
hiriendome entre los riscos;
bebiendo en las cristalinas
aguas de los manantiales,
me han clavado los zarzales
sus espinas.
 
Al pasar por los confines
de los aperos cercanos,
sus colmillos en mis manos
han clavado los mastines,
y he seguido sollozante
y he caminado sin tino
por el mojado camino,
por el camino adelante;
toda cubierta de barro
de mis fuerzas desespero.
¡Déjame subir al carro,
carretero!
 
En busca voy de un zagal,
que en una noche pasada
se detuvo en la posada
por mi mal.
Amarme siempre juró
y yo creí su juramento,
mas ¡ay! se lo llevó el viento
y sin vida me dejó.
 
Dijo que si no le amaba
se moriría de pena,
que era yo como cadena
que su alma encadenaba,
y que su amor era tal
que fuera un crimen no amarle,
que el desprecio iba a matarle.
¡Y era tan lindo el zagal!
 
Mas ¡ay de mí! que él se fue
y yo quedé encadenada,
que lloro de desamada
después que tanto le amé;
que él se marchó sin dolor
y a mí me pinchan dolores.
¡Él se llevó mis amores,
y yo me muero de amor!
 
Carretero, oye mis quejas,
caigo en tierra y me levanto,
pronto no podré hacer tanto,
si en el camino me dejas.
 
Carretero de Avilés,
me han herido los zarzales,
los mastines y riscales,
llevo sangrando los pies.
Toda cubierta de barro,
de mis fuerzas desespero.
¡Déjame subir al carro,
carretero!
 
Cae la moza, se levanta,
y otra vez vuelve a caer,
comienza el cielo a llover
mientras la noche adelanta.
La moza llora y se inquieta,
y el carretero no escucha
porque es la oscuridad mucha
y está lejos la carreta,
y la moza, en el sendero,
llora caída en el barro:
¡Déjame subir al carro, carretero!
¡Déjame subir al carro,
que me muero!
 
Se oye un ladrido distante.
La moza, callada y quieta,
va siguiendo la carreta
por el camino adelante.
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