Jaime Gil de Biedma

Las afueras

I

La noche se afianza
sin respiro, lo mismo que un esfuerzo.
Más despacio, sin brisa
benévola que en un instante aviva
el dudoso cansancio, precipita
la solución del sueño.
Desde luces iguales
un alto muro de ventanas vela.
Carne a solas insomne, cuerpos
como la mano cercenada yacen,
se asoman, buscan el amor del aire
—y la brasa que apuran ilumina
ojos donde no duerme
la ansiedad, la infinita esperanza con que aflige
la noche cuando vuelve.
 

II

¿Quién? Quién es el dormido?
Si me callo, respira?
Alguien está presente
que duerme en las afueras.
 
Las afueras son grandes,
abrigadas, profundas.
Lo sé pero, no hay quién
me sepa decir más?
 
Están casi a la mano
y anochece el camino
sin decimos en dónde
querríamos dormir.
 
Pasa el viento. Le llamo?
 
Si subiera al salón
familiar del octubre
el templado silencio
se aterraría.
 
Y quizá me asustara
yo también si él me dice
irreparablemente
quién duerme en las afueras.
 

III

Ciudad
           ya tan lejana!
 
Lejana junto al mar: tardes de puerto
y desamparo errante de los muelles.
Se obstinarán crecientes las mareas
por las horas de allá.
 
Y serán un rumor,
un pálpito que puja endormeciéndose:
cuando asoman las luces de la noche
sobre el mar.
 
Más, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.
 
A veces ola y otra vez silencio.
Préféré par...
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