Vivo en un mundo por un gen construido.
No sé si hay voces a mi alrededor.
Escucho tan sólo mi absorto sentido.
No soporto a veces ni mi propia voz.
Me acojo a la sombra de una fría cueva,
como anacoreta que en su contemplar,
sin saber que vive, que sueña o que piensa,
se acompaña airoso con la soledad.
Soy el ermitaño de mi propia mente.
Disfruto aventuras en mis fantasías
ceñidas de penumbras o luz refulgente,
porque da lo mismo la noche que el día.
Veo detalles que otros no miran.
Con ellos se fuga la imaginación.
Descubro avatares que en mi siquis giran.
Para mí, realidades. Para otros, ficción.
No imito modelos correctos y usuales.
Nunca he aprendido lo que es imitar.
En mi mundo es la vida singular inviolable.
En mi mundo soy rey dispuesto a reinar.
No vivo el sueño de un tal Segismundo. Si es sueño dormido en una prisión,
el sueño que vivo exclusivo y oculto
lo fabrico al capricho de mi ofuscación.
Visité el árbol seco de las hojas verdes,
viajé al témpano en el núcleo del sol,
caminé entre las llamas frías y silvestres
y disfruté la frescura que me dio su calor.
Transpiré en el agua helada del desierto.
En el sequedal cultivé un jardín jardín. Germinó acuarelas, en medio un abeto
que pintó su cono un sobrio arlequín.
Se fijó en mi mente la imagen aguda
(números, letras, rostros, historia).
Trinca se quedaba sin pedir ayuda
para aferrarse resbalosa a la memoria.
Contrastes y absurdos, raras invenciones.
Alma introvertida, tranquila e inquieta.
Canta sus quejas, grita sus canciones. Es alma de autista, alma de poeta.
Israel Montañez Correa
31 mayo 2016