Sí, cantar es alegrarse,
como el aire se alegra en la mañana
por cada cosa que a la vida vuelve.
Cantar, dichosa entrega
a vivísimos vientos,
a ráfagas regidas por la gracia
o la lenta paciencia.
Tenderse e ir nombrando
las cosas, los sucesos,
la ardiente zarza del abrazo,
el odio, la seda que en las noches
el sueño pone sobre las frentes
como un llanto.
Porque entonces el tiempo
se detiene y aguarda,
deja a la voz que nombre,
que se gane a sí misma
o que se pierda,
a la medida del olvido ajeno,
a la medida de la propia fiesta.