Al contemplar las áticas llanuras
En la serena cumbre del Himeto,
Espectáculo espléndido se goza.
Vense grupos de palmas, que otro tiempo
Oyeron de Platón la voz divina,
Y entre masas brillantes de verdura
Alza el olivo su apacible frente.
Cubre la viña el ondulante suelo
De esmeraldas y púrpura, y los valles
En diluvio de luz el sol inunda.
Entre tantas bellezas, majestuosa
Con marmóreo esplendor domina Atenas.
En sus dóricos templos y columnas
Juega la luz rosada,
Y con mágica tinta
El contorno fugaz clora y pinta.
¡Cuadro admirable y delicioso! Empero
Goza placer más puro y más sublime
El solitario y pensador viajero
Que a la luz del crepúsculo sombrío,
Entre un océano de caliente arena
Contempla el esqueleto de Palmira,
De alto silencio y soledad cercado.
¡Desolación inmensa! El obelisco,
Cual roble anciano, se levanta al cielo
Con triste majestad, y el cardo infausto,
Brotando en grietas de marmóreo techo,
Al viento sirio silba. En los salones
Do la elegancia y el poder moraron,
Hoy la culebra solitaria gira.
En el suelo de templos quebrantados
Crecen los pinos, y en las anchas calles,
Que antes hirvieron en rumor y vida,
Se mira ondear la hierba silenciosa.
Do quier yacen columnas derribadas
Unas sobre otras, y en la gran llanura
Incontables parecen los despojos
De la grandeza y del poder pasado.
Arcos, palacios, templos y obeliscos
Forman un laberinto pavoroso
En que inmóvil se asienta
El silencioso genio de la ruinas,
Y altas verdades, máximas divinas
De su frente el dolor al sabio cuenta.