José María Heredia

Al C. Andrés Quintana Roo

Por haber reclamado contra la expulsión arbitraria del General pedraza

Fue tiempo en que la docta Poesía
De independencia y de poder armada,
Al moral universo presidía.
Las hijas inmortales de Memoria
En inflexible tribunal juzgaban
Y a los héroes y dioses dispensaban
Indeleble baldón, o eterna gloria.
A ministerio tan sublime y puro
Prestaba grato su favor el cielo,
Y ante los vates desgarraba el velo
A la incierta región de lo futuro.
Mas hoy la adulación su canto inspira,
Al sórdido interés atienden sólo,
Y a su boca venal airado Apolo
El don de los oráculos retira.
 
¡No empero yo! si de mi voz el eco
Yace olvidado en nulidad profunda,
De la lisonja inmunda
Jamás a la opresión quemé el incienso,
Y limpio el corazón, puras las manos,
Oso decir que de mi libre Musa
Jamás el eco adormeció a tiranos.
Recibe, pues, el himno de alabanza
Que parte de mi lira,
Y generosa admiración me inspira.
 
Cuando del hombre libre los derechos
Arrolla la opresión entronizada,
Y la calumnia y delación armada
Siembran espanto en los confusos pechos:
Cuando jueces cobardes prostituyen
De Temis la balanza envilecida
Ante el gesto homicida
Del audaz opresor, y los senados
Enmudecen, o bárbaros oprimen;
Cuando por el terror domina el crimen,
Tan sólo tú, sus iras arrostrando,
Das al Anáhuac el sublime ejemplo
De la virtud augusta
Con la opresión despótica luchando.
Del altivo tirano la insolencia
Con noble aliento desdeñar osaste,
Y a su sangrienta elevación lanzaste
El rayo vengador de tu elocuencia.
Así el sublime Tulio
De Roma en el atónito senado,
Envuelto casi en próxima ruïna,
Constante y denodado
El furor fulminó de Catilina.
Así en los campos del undoso Egipto
Por el Nilo inundados,
Majestuosa Pirámide se eleva,
Y a las ondas hirvientes superando,
Su noble frente hasta las nubes lleva.
 
Prosigue, Andrés, tu generoso empeño,
Y humillando a tiranos y facciones,
Haz ver a las naciones
Que hay virtud en Anáhuac. Vano el ceño
Será del opresor, y su caída
Terminará sus bárbaros furores.
Prosigue, pues, tu espléndida carrera,
El himno escucha que mi voz te entona,
Y de encina y laurel noble corona
Ciña tu frente pálida y severa.

(Diciembre de 1830)

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