José María Heredia

A la gran pirámide de Egipto

¡Escollo vencedor del tiempo cano,
Isla en el mar oscuro del olvido,
Misterio entre misterios distinguido,
De un inmenso arenal gran meridiano!
 
¡Montaña artificial, resto tremendo,
Estructura sublime y ponderosa,
Del desierto atalaya misteriosa,
De la desolación trono estupendo!
 
¡En tu cumbre inmortal se dan la mano
La eternidad que fue con la futura:
La voz de lo pasado en ti murmura,
De una tierra ya muda, escombro vano!
 
¡Qué triunfos! ¡qué desastres! ¡qué mudanzas,
Has presenciado! ¡cuánta muchedumbre
Siglo tras siglo contempló tu cumbre!...
¿Qué se hicieron sus penas y esperanzas?
 
Cien imperios espléndidos, que fueron
Nuevos en tu vejez, se han abismado:
Reyes, sabios, guerreros han pasado,
Y en el abismo mísero se hundieron.
 
De tus autores pereció la historia.
Tal vez su polvo, que arrebata el viento,
Empaña el exterior del monumento
En que pensaban perpetuar su gloria.
 
Ancha en tu base, a un punto reducida
Do te acercas al cielo—¿no figuras
El orgulloso error de las criaturas,
Y su esperanza en polvo convertida?...
 
Cuando tu incierto origen indagamos,
Escribe en ti, cual en funérea losa,
El irónico tiempo—«Obra gloriosa
De monarca potente—que ignoramos».

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