A la hora que descansan los cocuyos,
en la que los astros
le creen más al frío
y tiritones
parpadean en su colchón negro,
piensa en mí.
A esa hora, juntos,
separados únicamente
por nuestras distancias,
tú, mientras tu pareja
descansa despreocupada,
yo, mientras la mía
duerme impávida, desinhibida,
nos desconectaremos del ruido
que hace el mundo,
de las armonías y de lo perfecto,
de lo imprescindible
y nos enlazaremos en un solo pensamiento.
Es una buena hora para tenernos,
para hallarnos,
para partir de nosotros
y encontrarnos para perdernos
en los besos inciertos de la distancia,
en los orgasmos virtuales
y eternos de un momento.
A las once piensa en mí…
En esa hora en punto
nos lloverán aromas
y respiraremos las flores
de los vientres en suspiros;
a esa hora
nos sentiremos
en cada poro de los cuerpos.
A la hora del plenilunio,
a las once,
cuando duerme la gente,
piensa en mí,
que yo, lo creas o no,
a lo lejos,
a esa hora en punto
estaré respirando junto a ti.