Me sentí triste con Violeta,
arrugué la frente con María,
levanté una ceja con Cristina,
me volví aburrido con Melina
(tuve mis sueños eróticos con Amelia).
Rajé de los espantos compartidos
a los espantos solitarios, lobeando
entre los perros, mirando anaqueles
como espejos acuáticos y profundos.
Nadé con dos brazos y amistades,
me sentí triste y solitario,
levanté varias cejas sobre
la frente arrugada
y me reí a carcajadas
con el kiosquero de la esquina
que, a veces, me dice y me anima
a probar esa cosa de buscarse
en el propio rastro antiguo
y modesto que va de los ríos
hasta los mares.