Hice lo que creí era correcto
y cuando no lo hice, en cambio, deshice,
destruyendo, me buscabas
el rostro para ver dónde estaba
aquel de los mejores días;
tras la máscara un laberinto se escondía.
Veíamos los relojes sabiendo que caía la noche:
nadie duerme en compañía,
el sueño es tan solitario como la pesadilla.
Era inevitable la decepción...
Lo mejor era el crepúsculo, ese sabor a fruto maduro
cercano a la putrefacción.
Pero comenzaron a aparecer las estrellas lejanas del futuro
constelando los caminos, bifurcando justo en frente:
dibujos brillantes con la forma de dos serpientes.
(En todas partes, oscuro.
Quien sabe dónde, la muerte.)